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Georg F. W. Hegel: Eleusis

Georg F. W. Hegel: Eleusis

A Hölderlin (agosto 1796)

Traducción: Francisco Caja & Volker Herrmann 

Hoffmeister (ed.), Dokumente zu Hegels Entwicklung, p. 377 y ss.; Schüler Nr. 58 (August 1796).

Quelle: Suhrkamp: Werke, T. I, pp. 230-233.

Um mich, in mir wohnt Ruhe, – der geschäftigen Menschen

Nie müde Sorge schläft, sie geben Freiheit
Und Muse mir – Dank dir, du meine
Befreierin, o Nacht! Mit weißem Nebelflor
Umzieht der Mond die ungewissen» Grenzen
Der fernen Hügel; freundlich blinkt
Der helle Streif des Sees herüber,
Des Tags langweil’ges Lärmen fernt Erinnerung,
Als lägen Jahre zwischen ihm und jetzt.
Dein Bild, Geliebter, tritt vor mich,
Und der entfloh’nen Tage Lust; doch bald weicht sie
Des Wiedersehens süßern Hoffnungen –
Schon malt sich mir der langersehnten, feurigen
Umarmung Szene; dann der Fragen, des geheimem
Des wechselseitigen Ausspähens Szene,
Was hier an Haltung, Ausdruck, Sinnesart am Freund
Sich seit der Zeit geändert, – der Gewißheit Wonne,
Des alten Bundes Treue fester, reifer noch zu finden,

Des Bundes, den kein Eid besiegelte,
Der freien Wahrheit nur zu leben, Frieden mit der Satzung,
Die Meinung und Empfindung regelt, nie, nie einzugehn.
Nun unterhandelt mit der trägem Wirklichkeit der Wunsch, Der über Berge, Flüsse leicht mich zu dir trug,
– Doch ihren Zwist verkündet bald ein Seufzer, und mit ihm Entflieht der süßen Phantasien Traum.

Mein Aug’ erhebt sich zu des ew’gen Himmels Wölbung,
Zu dir, o glänzendes Gestirn der Nacht!
Und aller Wünsche, aller Hoffnungen
Vergessen strömt aus deiner Ewigkeit herab;
(Der Sinn verliert sich in dem Anschaun,
Was mein ich nannte, schwindet,
Ich gebe mich dem Unermeßlichen dahin,
Ich bin in ihm, bin alles, bin nur es.
Dem wiederkehrenden Gedanken fremdet,
Ihm graut vor dem Unendlichen, und staunend faßt
Er dieses Anschauns Tiefe nicht.
Dem Sinne nähert Phantasie das Ewige,
Vermählt es mit Gestalt) [1] – Willkommen, ihr
Erhab’ne Geister, hohe Schatten,
Von deren Stirne die Vollendung strahlt!
Er schrecket nicht,-ich fühl, es ist auch meiner Heimat Äther
Der Ernst, der Glanz, der euch umfließt.
Ha! sprängen jetzt die Pforten deines Heiligtums von selbst
O Ceres, die du in Eleusis throntest!
Begeistrung trunken fühlt’ ich jetzt
Die Schauer deiner Nähe,
Verstände deine Offenbarungen,
Ich deutete der Bilder hohen Sinn, vernähme
Die Hymnen bei der Götter Mahlen,
Die hohen Sprüche ihres Rats. –

Doch deine Hallen sind verstummt, o Göttin!
Geflohen ist der Götter Kreis zurück in den Olymp
Von den geheiligten Altären,
Geflohn von der entweihten Menschheit Grab
Der Unschuld Genius, der her sie zauberte! –
Die Weisheit Deiner Priester schweigt; kein Ton der heil’gen
Weihn
Hat sich zu uns gerettet – und vergebens sucht

Des Forschers Neugier mehr als Liebe
Zur Weisheit (sie besitzen die Sucher und
Verachten dich) – um sie zu meistern, graben sie nach Worten, In die Dein hoher Sinn gepräget wär!
Vergebens! Etwa Staub und Asche nur erhaschten sie,
Worein dein Leben ihnen ewig nimmer wiederkehrt.
Doch unter Moder und Entseeltem auch gefielen sich

Die ewig Toten! – die Genügsamen – Umsonst – es blieb

Kein Zeichen deiner Feste, keines Bildes Spur.
Dem Sohn der Weihe war der hohen Lehren Fülle,

Des unaussprechlichen Gefühles Tiefe viel zu heilig,
Als daß er trockne Zeichen ihrer würdigte.
Schon der Gedanke faßt die Seele nicht,
Die außer Zeit und Raum in Ahndung der Unendlichkeit Versunken, sich vergißt, und wieder zum Bewußtsein nun

Erwacht. Wer gar davon zu andern sprechen wollte,
Spräch er mit Engelzungen, fühlt’ der Worte Armut.
Ihm graut, das Heilige so klein gedacht,
Durch sie so klein gemacht zu haben, daß die Red’ ihm
Sünde deucht

Und daß er lebend sich den Mund verschließt.
Was der Geweihte sich so selbst verbot, verbot ein weises
Gesetz den ärmern Geistern, das nicht kund zu tun,
Was er in heil’ger Nacht gesehn, gehört, gefühlt:
Daß nicht den Bessern selbst auch ihres Unfugs Lärm
In seiner Andacht stört’, ihr hohler Wörterkram
Ihn auf das Heil’ge selbst erzürnen machte, dieses nicht
So in den Kot getreten würde, daß man dem
Gedächtnis gar es anvertraute, – daß es nicht
[Zum] Spielzeug und zur Ware des Sophisten,
Die er obolenweis verkaufte,
Zu des beredten Heuchlers Mantel oder gar
Zur Rute schon des frohen Knaben, und so leer
Am Ende würde, daß es nur im Widerhall
Von fremden Zungen seines Lebens Wurzel hätte.
Es trugen geizig deine Söhne, Göttin,
Nicht deine Ehr’ auf Gass’ und Markt, verwahrten sie
Im innern Heiligtum der Brust.
Drum lebtest du auf ihrem Munde nicht.
Ihr Leben ehrte dich. In ihren Taten lebst du noch.
Auch diese Nacht vernahm ich, heil’ge Gottheit, Dich,
Dich offenbart oft mir auch deiner Kinder Leben,
Dich ahn’ ich oft als Seele ihrer Taten!
Du bist der hohe Sinn, der treue Glauben, Der, eine Gottheit, wenn auch Alles untergeht, nicht wankt.

A mi alrededor, dentro de mí la quietud habita — de los
hombres afanosos
la preocupación incansable duerme, me dan libertad
y ocio—, gracias a ti, tú mi
liberadora, ¡oh noche! Con blanco cendal de neblina
cubre la luna la frontera incierta
de las lomas lejanas; amablemente centellea
la clara franja de aquel lago;
se aleja el recuerdo del tedioso sermón del día,
como si hubiera años de distancia entre él y el ahora.
Tu imagen, querido, comparece ante mí,
y el deseo de los días que han huido; pero pronto cesa
del reencuentro las más dulces esperanzas –
Se me presenta anhelado, fogoso
Del abrazo la escena; más tarde la escena de las preguntas, del escrutar más profundo, recíproco,
Lo que mudó en actitud, en expresión y carácter
Del amigo desde entonces, – el placer de la certeza,
Encontrase aún con la lealtad del antiguo lazo, más fuerte, más
maduro
el lazo que no selló ningún juramento,
vivirlo sólo por la libre verdad, la paz con el estatuto
que regula la opinión y la sensación, nunca, nunca concertar.
Ahora con la inerte realidad pacta el deseo.
que atravesando montes y ríos fácilmente hacia ti me llevó,
pero pronto un suspiro lanza su desacuerdo, y con él
huye el sueño de las dulces fantasías.
Mi vista se alza hacia la eterna bóveda celestial,
hacia ti, ¡astro radiante de la noche!,
y el olvido de todo deseo, de toda esperanza,
desciende fluyendo de tu eternidad.
(El sentido se pierde en la contemplación;
lo que llamaba mío se desvanece;
me entrego a lo inconmensurable,
soy en ello, todo soy, soy sólo ello.
Al pensamiento que regresa se le hace extraño,
se horroriza ante el infinito, y asombrado no capta
la profundidad. de esta visión.
La fantasía aproxima al sentido lo eterno
y lo desposa con la forma)[1] –¡bienvenidos seáis,
elevados espíritus, altas sombras,
de cuya frente resplandece la consumación!
No me espanta, – siento que también es el éter de mi terruño la seriedad, el brillo que os nimba.
¡Oh, saltasen las puertas de tu santuario por sí solas,
¡Oh Ceres que reinaste en Eleusis!
Ebrio de entusiasmo sentiría
El escalofrío de tu cercanía,
comprendería tus revelaciones,
interpretaría de tus imágenes el elevado sentido, percibiría
los himnos del banquete divino,
las altas sentencias de sus consejos. –
Pero tus pabellones han enmudecido, ¡oh Diosa!
El círculo de los dioses han huido del Olimpo
De los altares consagrados,
¡huido de la tumba profanada de la humanidad
el genio de la inocencia, que la hizo parecer aquí mágicamente!…
La sabiduría de tus sacerdotes enmudece; ningún tono de los sagradas bendiciones
Se salvó para nosotros – en vano busca
La curiosidad del investigador más que amor
A la sabiduría (la poseen los que buscan y
A ti te desprecian) – ¡para dominarla, cavan en busca de palabras,
En las que tu excelso sentido estuviera impreso!
¡En vano! Quizá sólo atrapan polvo y ceniza,
en las que para ellos tu vida no retorna nunca jamás.
¡Aunque bajo la podredumbre y lo inanimado también se complacieron
los sempiternamente muertos! –los moderados – en balde – no queda
ningún signo de tus fiestas, ni huella de ninguna imagen.
Al hijo de la consagración le era demasiado sacro la plenitud
de las altas enseñanzas,
Del sentimiento inexpresable la hondura demasiado sagrada,
Por cuanto secos signos no consideró dignos de ellos.
Ya el pensamiento no abarca el alma,
que fuera de tiempo ni espacio, en el castigo de lo infinito
sumergida, se olvidó de sí misma, y de nuevo ahora la
conciencia
despierta. Quien además quisiera hablar de ello a otros,
aún con lengua de ángel, sentiría de las palabras la pobreza.
Le espanta el haber concebido lo sagrado tan pequeño,
A través de ellas haberlo empequeñecido tanto, que el habla se le antoja pecado
Y en vida se cierra la boca.
Lo que así el consagrado se prohibió,
Una ley sabia a los espíritus más pobres no revelar
cuanto en la noche sagrada vió, oyó, sintió:
para que al mejor mismo su ruido disparatado tampoco
le molestara en su meditación, su hueca palabrería
no le llevara a encolerizarse con lo sagrado mismo, para que éste
no fuera pisoteado en las heces, para que
incluso no se confiara a la memoria, ni tampoco
fuera juguete ni mercancía del sofista
vendida igual que un óbolo,
ni manto del farsante locuaz, ni tampoco
férula del alegre muchacho, y tan vacío
quedara al fin, que solamente en el eco
de extrañas lenguas, tuviera la raíz de su vida.
Tus hijos, diosa, avaramente no llevaron
Tu honor por calles y mercados, conserváronlo
en el interior del santuario de su pecho.
Por eso no vivías tú en su boca.
Su vida te honraba. Aún vives en sus hechos.
¡También en esta noche te sentí, divinidad sagrada,
Te me revelas a menudo por la vida de tus hijos;
a ti, te presiento a menudo como el alma de sus hechos!
Eres el alto sentido, la fe fiel, una Deidad, que
aunque todo se hunda, no se tambalea.

[1] Die eingeklammerten Verse sind gestrichen. (Los versos entre paréntesis están tachados en el manuscrito.)