11 Ene Los Dioses de grecia. Versión de 1800
Traducción de Francisco Caja & Volker Hermann
Da ihr noch die schöne Welt regieret, An der Freude leichtem Gängelband Selige Geschlechter noch geführet, Schöne Wesen aus dem Fabelland! Ach, da euer Wonnedienst noch glänzte, Wie ganz anders, anders war es da! Da man deine Tempel noch bekränzte, Venus Amathusia! Da der Dichtung zauberische Hülle Sich noch lieblich um die Wahrheit wand, – Durch die Schöpfung floß da Lebensfülle, Und was nie empfinden wird, empfand. An der Liebe Busen sie zu drücken, Gab man höhern Adel der Natur, Alles wies den eingeweihten Blicken, Alles eines Gottes Spur. Wo jetzt nur, wie unsre Weisen sagen, Seelenlos ein Feuerball sich dreht, Lenkte damals seinen goldnen Wagen Helios in stiller Majestät. Diese Höhen füllten Oreaden, Eine Dryas lebt’ in jenem Baum, Aus den Urnen lieblicher Najaden Sprang der Ströme Silberschaum. Jener Lorbeer wand sich einst um Hilfe, Tantals Tochter schweigt in diesem Stein, Syrinx’ Klage tönt’ aus jenem Schilfe, Philomelas Schmerz aus diesem Hain. Jener Bach empfing Demeters Zähre, Die sie um Persephone geweint, Und von diesem Hügel rief Cythere, Ach, umsonst! dem schönen Freund. Zu Deukalions Geschlechte stiegen Damals noch die Himmlischen herab; Pyrrhas schöne Töchter zu besiegen, Nahm der Leto Sohn den Hirtenstab. Zwischen Menschen, Göttern und Heroen Knüpfte Amor einen schönen Bund, Sterbliche mit Göttern und Heroen Huldigten in Amathunt. Finstrer Ernst und trauriges Entsagen War aus eurem heitern Dienst verbannt; Glücklich sollten alle Herzen schlagen, Denn euch war der Glückliche verwandt. Damals war nichts heilig, als das Schöne, Keiner Freude schämte sich der Gott, Wo die keusch erröthende Kamöne, Wo die Grazie gebot. Eure Tempel lachten gleich Palästen, Euch verherrlichte das Heldenspie, An des Isthmus kronenreichen Festen, Und die Wagen donnerten zum Ziel. Schön geschlungne, seelenvolle Tänze Kreisten um den prangenden Altar, Eure Schläfe schmückten Siegeskränze, Kronen euer duftend Haar. Das Evoe muntrer Thyrsusschwinger Und der Panther prächtiges Gespann Meldeten den großen Freudebringer, Faun und Satyr taumeln ihm voran; Um ihn springen rasende Mänaden, Ihre Tänze loben seinen Wein, Und des Wirthes braune Wangen laden Lustig zu dem Becher ein. Damals trat kein gräßliches Gerippe Vor das Bett des Sterbenden. Ein Kuß Nahm das letzte Leben von der Lippe, Seine Fackel senkt’ ein Genius. Selbst des Orkus strenge Richterwage Hielt der Enkel einer Sterblichen, Und des Thrakers seelenvolle Klage Rührte die Erinyen. Seine Freuden traf der frohe Schatten In Elysiens Hainen wieder an, Treue Liebe fand den treuen Gatten Und der Wagenlenker seine Bahn; Linus’ Spiel tönt’ die gewohnten Lieder, In Alcestens Arme sinkt Admet, Seinen Freund erkennt Orestes wieder, Seine Pfeile Philoktet. Höhre Preise stärken da den Ringer Auf der Tugend arbeitvoller Bahn; Großer Thaten herrliche Vollbringer Klimmten zu den Seligen hinan. Vor dem Wiederforderer der Todten Neigte sich der Götter stille Schaar; Durch die Fluten leuchtet dem Piloten Vom Olymp das Zwillingspaar. Schöne Welt, wo bist du? – Kehre wieder, Holdes Blüthenalter der Natur! Ach, nur in dem Feenland der Lieder Lebt noch deine fabelhafte Spur. Ausgestorben trauert das Gefilde, Keine Gottheit zeigt sich meinem Blick, Ach, von jenem lebenwarmen Bilde Blieb der Schatten nur zurück. Alle jene Blüthen sind gefallen Von des Nordes schauerlichem Wehn; Einen zu bereichern unter Allen, Mußte diese Götterwelt vergehn. Traurig such’ ich an dem Sternenbogen, Dich, Selene, find’ ich dort nicht mehr; Durch die Wälder ruf’ ich, durch die Wogen, Ach! sie wiederhallen leer! Unbewußt der Freuden, die sie schenket, Nie entzückt von ihrer Herrlichkeit, Nie gewahr des Geistes, der sie lenket, Sel’ger nie durch meine Seligkeit, Fühllos selbst für ihres Künstlers Ehre, Gleich dem todten Schlag der Pendeluhr, Dient sie knechtisch dem Gesetz der Schwere, Die entgötterte Natur. Morgen wieder neu sich zu entbinden, Wühlt sie heute sich ihr eignes Grab, Und an ewig gleicher Spindel winden Sich von selbst die Monde auf und ab. Müßig kehrten zu dem Dichterlande Heim die Götter, unnütz einer Welt, Die, entwachsen ihrem Gängelbande, Sich durch eignes Schweben hält. Ja, sie kehrten heim, und alles Schöne, Alles Hohe nahmen sie mit fort, Alle Farben, alle Lebenstöne, Und uns blieb nur das entseelte Wort. Aus der Zeitfluth weggerissen, schweben Sie gerettet auf des Pindus Höhn; Was unsterblich im Gesang soll leben, Muß im Leben untergehn. | Cuando aún regíais el bello universo, y guiabais con los andadores ligeros de la alegría a dichosas estirpes ¡bellos seres del país fabuloso!, Ay, cuando todavía brillaba vuestro culto de delicias, ¡cuán distinto, distinto era entonces, cuando todavía se enguirnaldaba tu templo, Venus Amazusia![1] Cuando el manto encantado de la poesía aún se enredaba graciosamente alrededor de la verdad, a través de la creación fluía la plenitud de la vida, y lo que nunca sentirá, sentía. Para apretarla contra el pecho del amor, Se concedió a la naturaleza nobleza suprema todo indicaba a la mirada iniciada, todo, la huella de un dios. Donde ahora, como dicen nuestros sabios, sólo gira una bola de fuego inanimada, conducía entonces su carro dorado Helios con serena majestad. Las Oréadas llenaban estas alturas, una Dríada vivía en cada árbol de las urnas de las encantadoras Náyades brotaba la espuma plateada del torrente. Antaño aquel laurel se enroscaba en busca de ayuda, La hija de Tántalo callada en esta piedra, La queja de Siringe resonaba en cada caña El dolor de Philomelas en este soto. Cada arroyo recibía las lágrimas de Demeter, Que lloraba por Perséfone, Y desde este cerro gritaba Citera ¡Ay, en vano! al bello amigo. A la estirpe de Deukalión bajaban Todavía entonces los celestes; Para vencer a las bellas hijas de Pirro, Cogió el hijo de Leto la vara de pastor. Entre hombres, dioses y héroes Amor anudó un bello lazo Mortales con dioses y héroes Rindieron culto en Amazús. La seriedad tenebrosa y la luctuosa renuncia eran proscritas de vuestro alegre oficio, todos los corazones debían latir felices, pues estabais emparentados con la felicidad. No había entonces nada sagrado, excepto lo bello, el dios no se avergonzaba de ninguna alegría donde la casta Camena se ruborizaba, donde la gracia se ofrecía. Vuestros templos reían como palacios La representación de los héroes os glorificaba En las fiestas del Istmo ricas en coronas, Y los carros tronaban hasta la meta. Bellas danzas entrelazadas, animosas Giraban alrededor del imponente altar, Guirnaldas de victoria adornaban vuestras sienes Coronas vuestro cabello perfumado. El evohé[2] más vivo de las que agitan el tirso Y el magnífico tiro de panteras Anunciaban al gran portador de la alegría, Fauno y Sátiro le preceden tambaleándose: A su alrededor brincan frenéticas Ménades, Sus danzas elogian su vino, Y de las pardas mejillas al huésped invitan placenteramente al vaso. Entonces no acudía ningún espantoso esqueleto Ante el lecho del moribundo. Un beso Tomaba la última vida de los labios, Su linterna apagaba un genio La misma estricta balanza de juzgar del Orco Sostenía el nieto de una mortal, Y el lamento patético del Tracio[3] Conmovió a la Erinias Su alegría tornaba a encontrar la sombra dichosa En los sotos de Elíseo, Fiel amor encontraba al fiel esposo Y el auriga su camino; De Lino en la representación los acostumbrados cantos resuenan En los brazos de Alcestis se deja caer Admeto, A su amigo reconoce de nuevo Orestes, Sus flechas Filoctetes Premios superiores fortalecían entonces al luchador Por la senda laboriosa de la virtud Los grandes hacedores de magníficas hazañas Escalaron hacia los bienaventurados Ante el que reclama a los muertos Se inclinaba la turba silenciosa de los dioses; A través de las mareas guían al piloto Desde el Olimpo la pareja de gemelos. Bello mundo, ¿dónde estás? ¡Vuelve de nuevo, Propicia edad de florecimiento de la naturaleza! Ay, sólo en el país de las hadas de los cantos vive aún tu huella fabulosa. El campo sin vida está de luto, ningunadivinidad se muestra a mi mirada. Ay, de aquella imagen cálida de vida sólo quedó la sombra. Todas aquellas flores han caído ante el terrible azote del Norte, para enriquecer a uno entre todos tuvo que perecer ese mundo de dioses. Afligido te busco en el curso de los astros, a ti Selene, ya no te encuentro allí, por los bosques te llamo, por las olas, ¡Ay! pero resuenan vacíos. Inconsciente de las alegrías que regala, Nunca embelesada de su excelencia, Sin percatarse nunca del espíritu que la guía, Nunca más rica por mi gratitud, Insensible incluso al honor de sus artistas, semejante al golpe muerto del reloj de péndulo, Obedece servilmente a la ley de la gravedad, ¡la naturaleza desdivinizada! Para renacer nuevamente mañana Se cava hoy su propia tumba, Y en el huso eternamente igual se enroscan Por sí mismas las lunas arriba y abajo. Ociosos retornaron los dioses a su hogar, el país de la poesía, inútiles en un mundo que, no cabiendo ya sus en andadores, se mantiene por su propio peso. Sí, retornaron al hogar, y se llevaron consigo todo lo bello, todo lo grande, todos los colores, todos los tonos de la vida y sólo nos quedó la palabra sin alma. Arrancados del curso del tiempo, flotan a salvo en las alturas del Pindo; lo que ha de vivir inmortal en los cantos, debe perecer en la vida. |
Notas
[1] Amathusia or Amathuntia (Ἀμαθουσία o Ἀμαθουντία): uno de los epítetos toponímicos de la diosa Afrodita, derivado de la ciudad de Amathus en Chipre, una de las más antiguas sedes de su culto.
[2] Interj. Grito de las bacantes para aclamar o invocar a Baco.
[3] Orfeo.
Profesor titular de Estética y Teoría de las Artes de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona 1989.