09 Feb Tithonus, Alfred Tennyson
Traducción de Alejandro Caja
- The woods decay, the woods decay and fall,
- The vapours weep their burthen to the ground,
- Man comes and tills the field and lies beneath,
- And after many a summer dies the swan.
- Me only cruel immortality
- Consumes: I wither slowly in thine arms,
- Here at the quiet limit of the world,
- A white-hair’d shadow roaming like a dream
- The ever-silent spaces of the East,
- Far-folded mists, and gleaming halls of morn.
- Alas! for this gray shadow, once a man—
- So glorious in his beauty and thy choice,
- Who madest him thy chosen, that he seem’d
- To his great heart none other than a God!
- I ask’d thee, ‘Give me immortality.’
- Then didst thou grant mine asking with a smile,
- Like wealthy men, who care not how they give.
- But thy strong Hours indignant work’d their wills,
- And beat me down and marr’d and wasted me,
- And tho’ they could not end me, left me maim’d
- To dwell in presence of immortal youth,
- Immortal age beside immortal youth,
- And all I was, in ashes. Can thy love,
- Thy beauty, make amends, tho’ even now,
- Close over us, the silver star, thy guide,
- Shines in those tremulous eyes that fill with tears
- To hear me? Let me go: take back thy gift:
- Why should a man desire in any way
- To vary from the kindly race of men
- Or pass beyond the goal of ordinance
- Where all should pause, as is most meet for all?
- A soft air fans the cloud apart; there comes
- A glimpse of that dark world where I was born.
- Once more the old mysterious glimmer steals
- From thy pure brows, and from thy shoulders pure,
- And bosom beating with a heart renew’d.
- Thy cheek begins to redden thro’ the gloom,
- Thy sweet eyes brighten slowly close to mine,
- Ere yet they blind the stars, and the wild team
- Which love thee, yearning for thy yoke, arise,
- And shake the darkness from their loosen’d manes,
- And beat the twilight into flakes of fire.
- Lo! ever thus thou growest beautiful
- In silence, then before thine answer given
- Departest, and thy tears are on my cheek
- Why wilt thou ever scare me with thy tears,
- And make me tremble lest a saying learnt,
- In days far-off, on that dark earth, be true?
- ‘The Gods themselves cannot recall their gifts.’
- Ay me! ay me! with what another heart
- In days far-off, and with what other eyes
- I used to watch—if I be he that watch’d—
- The lucid outline forming round thee; saw
- The dim curls kindle into sunny rings;
- Changed with thy mystic change, and felt my blood
- Glow with the glow that slowly crimson’d all
- Thy presence and thy portals, while I lay,
- Mouth, forehead, eyelids, growing dewy-warm
- With kisses balmier than half-opening buds
- Of April, and could hear the lips that kiss’d
- Whispering I knew not what of wild and sweet,
- Like that strange song I heard Apollo sing,
- While Ilion like a mist rose into towers.
- Yet hold me not for ever in thine East:
- How can my nature longer mix with thine?
- Coldly thy rosy shadows bathe me, cold
- Are all thy lights, and cold my wrinkled feet
- Upon thy glimmering thresholds, when the steam
- Floats up from those dim fields about the homes
- Of happy men that have the power to die,
- And grassy barrows of the happier dead.
- Release me, and restore me to the ground;
- Thou seëst all things, thou wilt see my grave:
- Thou wilt renew thy beauty morn by morn;
- I earth in earth forget these empty courts,
- And thee returning on thy silver wheels.
- Los bosques decaen, decaen y perecen,
- las nubes lloran su carga sobre la tierra, lloran
- el hombre llega y labra el campo y yace bajo él,
- y un verano –después de muchos– el cisne muere.
- Sólo a mí la cruel inmortalidad
- consume; me marchito lentamente en sus brazos,
- aquí, en el callado confín del mundo,
- una sombra encanecida vagando como un sueño
- por los espacios en eterno silencio del Oriente,
- las brumas plegadas en la lejanía–, y las estancias resplandecientes de la mañana.
- ¡Ay de esta sombra gris! una vez un hombre,
- tan glorioso en su belleza y vuestra preferencia,
- a quien hicisteis tu elegido, de tal modo a quien vos elegisteis
- en su gran corazón no se tuvo por menos que un Dios!
- Y yo os supliqué, «Concededme la inmortalidad.»
- Y vos accedisteis a mi petición con una sonrisa,
- como hacen los hombres ricos despreocupados por el modo en que otorga sus dádivas,
- pero vuestras Horas poderosas cumplieron de manera indignante su voluntad
- Y me molieron a golpes, me desfiguraron, me echaron a perder,
- y aunque no pudieron acabar conmigo, me dejaron tullido
- para vivir en presencia de la juventud inmortal,
- vejez inmortal junto a juventud inmortal,
- y todo lo que fui reducido a cenizas. ¿Pueden vuestro amor,
- vuestra belleza, enmendarlo, incluso ahora,
- cuando, próxima y sobre nosotros, la estrella de plata, vuestra guía,
- brilla en esos ojos temblorosos que se llenan de lágrimas
- para escucharme? Déjadme marchar: retirad vuestro dádiva:
- ¿por qué debería un hombre desear en modo alguno
- diferenciarse de la raza amable de los hombres,
- o ir más allá de la meta ordinaria
- donde todos deberían detenerse, que casi todos lo cumplen?
- Un aire suave dispersa las nubes
- Me llega un vislumbre del mundo oscuro donde nací.
- Una vez más el fulgorantiguo y misterioso se desliza calladamente
- de vuestra pura, de vuestros hombros puros,
- y tu pecho late con corazón regenerado.
- Vuestras mejillas comienzan a enrojecer en la penumbra,
- y vuestros ojos dulces poco a poco a brillar cerca de los míos,
- antes de cegar a las estrellas, y el tirosalvaje
- que os ama, anhelando vuestro yugo, surge
- y se sacude la oscuridad de sus crines sueltas,
- y bate el crepúsculo en destellos de fuego.
- ¡Hete aquí! Así os alzáis siempre hermosa,
- en silencio, y antes de haber dado vuestra respuesta
- os marchasteis, dejando vuestras lágrimas en mi mejilla.
- ¿Por qué habríais de asustarme con vuestras lágrimas
- y hacerme temblar, a menos que el dicho que aprendimos
- en los días lejanos, en aquella tierra oscura, fuera cierto?
- «Ni los mismos Dioses pueden retirar sus dones.»
- ¡Ay de mí, ay de mí! Con qué corazón tan otro
- en los días distantes, y con qué ojos tan otros
- solía yo contemplar –si era yo quien miraba–
- el lúcido contorno que os silueteaba;
- veía los rizos tenues prenderen anillos de sol;
- me transformaba con vuestra mística transformación, y sentía mi sangre
- iluminar con la intensidad que lentamente
- encendía de carmesí toda vuestra presencia y vuestros portales, mientras acostado,
- mi boca, mi frente, mis pestañas, invadidas por vuestro calor
- con besos más perfumados que los capullos a medio abrir
- de abril, y oía a los labios que se besaban
- murmurar algo salvaje y dulce, desconocido para mí,
- como aquella extraña canción que escuché cantar a Apolo
- cuando alzó como niebla las Torres de Ilión.
- Pero no me retengas para siempre en vuestro Oriente;
- ¿cómo puede mi naturaleza seguir mezclándose con la vuestra?
- Vuestras sombras rosadas me bañan,
- frías son vuestras luces y fríos mis pies arrugados
- sobre tus umbrales centelleantes, cuando el vapor
- asciende de los campos esfuminados, junto a las casas
- de los hombres felices que tienen la facultad de morir,
- y de los túmulos cubiertos de hierba de los muertos, más dichosos aún.
- Libérame y devuélveme a la tierra.
- Vos que todo lo veis, podrás ver mi tumba:
- regenera vuestra belleza una y otra mañana;
- y yo, polvo al polvo, olvidaré estas cortes vacías
- y a Vos retornando en vuestro carro de plata.
Es doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona y trabaja como traductor para Los Libros del Tábano. Más informaciones en mi página personal.